Fue en 2018 cuando Sevilla proclamó «El año de Murillo«, un acontecimiento que pasó más o menos sin pena ni gloria, pero que no debió haber sido así. La ciudad que lo vio nacer y morir quiso así dar un homenaje a Bartolomé Esteban Murillo en el 400 aniversario de su nacimiento, y aunque Sevilla siempre fue agradecida con él y lo tiene como uno de sus mayores representantes, en los últimos años la figura del artista ha ido poco a poco degradándose e incluso quedando en el olvido.
Y es que precisamente Sevilla es el lugar donde puede conocerse a este gran pintor y ver de cerca toda la grandeza de su arte. Algunas obras de Murillo son de conocimiento universal, pero hay otras, escondidas en diversas rincones de la capital hispalenses, que son apenas conocidos por unos cuantos, y que han pasado desapercibidas para el gran público entendido y también para los profanos, por la costumbre de verlas día a día. Por ejemplo, Moisés golpeando la roca y El milagro de los panes y los peces llevan casi 350 años en el Hospital de la Caridad, pero no son muchos los que los consideran como representativos de la obra de Murillo, aunque definitivamente son de su creación; lo que hace también especiales a estas obras es que no han salido de la ciudad, a diferencia de casi el 90% de la obra del artista, que fue expoliada durante la Guerra con Francia y vendida en Europa hasta el siglo pasado.
Murillo fue el principal pintor en Sevilla a finales del siglo XVII. Siguió siendo uno de los artistas europeos más admirados y populares de los siglos XVIII y XIX. Sus primeros trabajos fueron muy influenciados por los primeros trabajos de Velázquez , ejecutados antes de que el gran pintor saliera de Sevilla en 1623, y por las pinturas de Zurbarán.